martes, 28 de abril de 2009

Viva La Pepa

Los cuatro habían salido del bachiller el año pasado y ahora tenían que ir en tren hasta la facultad todos los días. A la tardecita volvían menos apretujados. Por eso a la tarde era más fácil ubicar y reconocer a la gente. Así, por ejemplo, sabían que siempre se encontraban en el segundo vagón con el viejo de traje que se subía en Villa Luro y que balbuceaba sólo; sabían que todos los miércoles veían a la misma vieja pintarrajeada como una pendeja, y demás. Pero la que los cuatro chicos preferían era sin duda a la mujer que bautizaron La Pepa.
La Pepa tendría un par de años más que ellos y era tan tan linda que se la podía ver desde cualquier vagón con rayos X. Rubia, alta, menudita, delgada y con tantos buenos atributos como los imaginables. Los cuatro chicos viajaban con La Pepa los jueves, y siempre le admiraban nuevos detalles. Gracias a su teléfono celular sabían que todos los jueves iba a ver a su mamá.
Un día lo notaron de repente, no fue paulatina la cosa: La Pepa estaba embarazada.
-¡Qué ganas de arruinarse la vida! -comentó uno, negando.
-¿Arruinarse la vida? ¡Arruinarse el cuerpo, la silueta, la figurita de diosa que tiene! -comentó el otro, baboso, sin sacarle los ojos de encima y tratando de ignorar esa pancita pequeña que La Pepa frotaba con cariño y sensualidad.
-¿Vos qué sabés si lo planificó o qué? Por ahí es lo que ella quería y es feliz... Además, por un sólo hijo, si se cuida, tampoco va a dejar de estar buenísima -dijo el que parecía más inteligente, y los demás asintieron, un poco apesadumbrados.
Sólo el petisito del grupo, el tímido y más introvertido de los cuatro, sonreía y miraba con ojos chispeantes a La Pepa.
-¿Por qué te sonreís, boludo? -preguntó el primero.
-¿No pensaste lo que va a pasar cuando nazca el bebé y La Pepa tenga que amamantarlo, acá en el tren?
Y los otros tres largaron un ¡aaaah! y se rieron. Inteligente el petisito eh, avivado.


Inocente, inocente alegría de épocas perdidas.

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