martes, 30 de junio de 2009

Cimbaderos anacrónicos

Niro hacía prodigios con la iraí, el viejo Darnarias lo miraba pacientemente. En un momento, luego de que mustiara la mitad de la selva de la isla de entrenamiento, el viejo lo llamó, lo llevó hasta la cabaña y le dio allí su iraí: era una roca del tamaño de un huevo de gallina, blanca, liviana, monstruosa.
-Ten esto. Es tuya -le dijo, dejándosela en la mano.
-N...no sé si puedo aceptarla -rechazó Niro, embelesado y turbado por dentro-. Es demasiado.
-¡Vamos! Lleva veinte años sin que yo la toque. A ti te sirve más, a mí sólo me tienta con usarla... Vamos, quédatela. No necesitas ningún artilugio más si tienes esa iraí contigo.
Niro asintió, cerrando los dedos alrededor de la piedra, ocultándola para sí, humilde ante tanto poder.
-Gracias, maestro.
-Desde que llegamos aquí para hacerte Mariposa estuve dudando si dártela o no: ya ves, tuvieron que pasar doce meses para que me decida.
-¿Y por qué no se la dio a Actas?
-Él no habría podido aprovecharla completamente... Era un desperdicio de iraí, no quería correr el riesgo... Esa piedra significa mucho para mí.
-Entiendo...
-Pero ahora que la tienes, tu entrenamiento se acortará: sinceramente no sé para qué esforzarnos tratando de que aprender más magia de la naturaleza, de visualización y manipulación, si con esa iraí y lo que sabes de materialización y azar inducido alcanza y sobra. Como te dije: no necesitarás ni pulsera de vegetales, ni esa cadenita, ni nada. Tan solo conserva lo que consideres útil de la magia escondida, y nada más.

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