viernes, 26 de junio de 2009

Por la tarde

Iba caminando apurado porque llegaba tarde a la facultad. Eran las cuatro y media y la calle estaba bastante vacía. De repente, previo un diminuto silbido, un Ranger aterrizó en la esquina: justo en el cruce de las dos calles desiertas. Juro que me aterrorizó: la máquina de cuatro metros y medio de alto y dos toneladas había agrietado el piso al caer. Por cinco segundos no se movió, permitiendo que yo y una chica que venía por la misma calle, pero del otro lado, lo admiráramos: con sus dos brazos rígidos, con cien puertitas cerradas tras las cuales se escondían montones de metralletas; su casco refulgente, protegiendo al menos veinte cámaras y censores; las patas, formidable basamento para semejante monstruo, con sus amortiguadores hidráulicos, mangueritas y engranajes haciendo ruiditos. El Ranger se quedó quieto cinco segundos y luego miró hacia todos lados, como buscando algo. ¿Qué hacía un Ranger ahí, tan lejos de la Capital? Creo que la chica se preguntó lo mismo que yo, pero no se lo pregunté cuando se fue la máquina, porque vi que era muy linda y me inhibió. El Ranger avanzó unos pasos hacia delante y estiró un brazo. Yo creí que iba a cortar uno de los lirios que la vecina cuida en su vereda, pero no: justo antes se detuvo y, sin conceder un respiro, despegó, desapareció. La chica y yo nos miramos y seguimos camino: yo estaba apurado. Pero fue extraño, no se puede negar, que un Ranger cayera en nuestro barrio a esa hora, sin motivos.


Barbados, Antigua y Barbuda, Puerto Príncipe, ¿algo más?, ¿qué me está faltando, eh? Ah, Antropquía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

A ver qué tenés para decir...