sábado, 13 de junio de 2009

Calma calma caramba

La calma. No hay viento, no hay olas. El mar es un espejo hasta cada uno de los infinitos puntos que componen el puto horizonte. No hay nubes, el sol mata, se termina el agua potable, la comida, la bebida. Ojalá hubiera algún enemigo cerca para hacerse matar, ojalá hubiera algo, un pájaro. Nadie habla porque la garganta parece arcilla seca, y se quiebra al intentar mover las cuerdas vocales. Es una locura, prontamente todo se convierte en locura, en espejismos que no han comenzado, en gente que se tira al mar. Los pocos sonidos fuertes rompen el silencio como un yunque y un martillo, como los que se tiran al mar. Todos juntos esperamos en azote divino que nos saque de la calma.
Lo peor, decididamente lo peor es cuando, con un largavistas viejo, se mira el horizonte y se ve, o se cree ver, una vela diminuta de un barco, apenas reconocible, que avanza... Nosotros llevamos desplegado todo el maldito velamen pero desde que comenzó la calma, no avanzamos ni un milímetro. Sí avanzamos: sabemos que la Tierra gira, la Tierra gira... ¡pero da la casualidad que nosotros estamos en el mar! Así de terribles son las calmas. Ojalá se murieran vaciándoles uno toda la santabárbara encima.


La vida ya no es dulce ni es salada, ni pica ni hace nada. Es toda toda una cagada, como vinagre en una ensalada. No, esto es una pavada, por las barbas de Neptuno ya no siento el alma ni... los pies.

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