martes, 23 de junio de 2009

Recuerdo repentino

Yo tendría pocos años, era un nene, no frecuentaba calesitas pero me gustaban. Una sola vez había un tipo con sortija y me acuerdo que era en un lugar grande, una calesita linda. Estaba por lo menos con mi papá y mi mamá, no sé qué sería de mis hermanos. La cosa es que doy un par de vueltas y ¡zás!, la sortija es mía. ¡Qué alegría!: mamá y papá me vitoreaban.
Dicen que de peque uno idolatra a sus progenitores, que los cree capaces de todo. Pero que después viene la desilusión porque se da cuenta que ellos no tienen las soluciones para todas las respuestas y que actúan contradictoriamente. Bueno, yo tuve una fuerte etapa de deificación mater/paterna, pero terminó bastante rápido: era muy preguntón y las hacía difíciles. Así que era chiquito ya cuando el ¿pero y cómo no sabés eso, mamá? sonaba diariamente en la cocina. Sin embargo, creo que mi desilusión comenzó antes. Esa noche de la calesita y la sortija.
Cuando yo la agarré me felicitaron. Di una vuelta y me volvieron a saludar, contentos. Yo les sonreía: sí, recién había agarrado la sortija. A la segunda vuelta me seguían saludando, aunque era pasada la gloria: no importaba, eran mis papás y yo era su hijo, era obvio que me saludaran todavía. Y sin embargo, a la tercera vuelta, no me saludaron. Ni me miraban. Entonces, consternado, miré hacia atrás: la pequeña mocosa del caballo atrás mío se había adueñado de la sortija en la vuelta anterior, eran otros los padres que saludaban.
Está bien, yo ya no tenía el poder, ¿pero era suficiente para que mami y papi no me miraran más? Fijate cuán traumado quedé que todavía lo recuerdo frescamente, y encima yo, que intento ser breve brevísimo, me mandé un post largo, larguito. Chau, mamá y papá, todavía los quiero.

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