sábado, 6 de junio de 2009

Aguante el rocanrol



Viento y sol, primeras nociones. Luego mar: hasta el horizonte, mar azul, verde, impactante, atrapante sobre todo. Olas suaves y salvajes que hacen lo que quieren. Cielo diáfano, limpio y perfecto, con alguna nubecita tropical deshilachándose como azúcar a lo lejos, con su sombra recorriendo el suelo del mar. Luego la tercera noción del recuerdo imaginado: el sonido del viento golpeando las velas del velero; tiene su propia música, sin ritmo, su compás que no respeta a nadie, su plaf, su caída, y el suave susurro de los cabos que se estiran al hincharse. El revoltijo de la proa cortando el agua, como si cantaran niños o hadas, es el órgano de fondo. Y finalmente la noción de la propia identidad en este recuerdo: con ojos entrecerrados que apenas dejan ver la maravilla tropical, con largos pelos al viento, sentado en el suelo, espalda contra la borda, cómodo y caliente a la sombra del velero, con manos en el instrumento apeado a las cuerdas, encorvado y laxo, disfrutando como si se tratara de un aroma que desaparece al dejar de oler, sin detener el rasgado y sin ponerle alto a los dedos infatigables, se toca la canción que marca ese, el momento de la siesta, el lleno de esa nada que embriaga en emoción. Pasajera, pero que en el alma queda, y que vuela a la imaginación.

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