martes, 26 de mayo de 2009

No fue cuestión de fe

A pesar de que ya eran las dos de la madrugada mi habitación estaba bastante iluminada: por un lado el monitor de la compu, por otro lado, el velador que, al reflejarse en el barniz de la mesa, teñía las paredes de un amarillo ambarino. Desde las doce en punto había estado escuchando la radio de Dolina, sin prestarle demasiada atención mientras escribía; pero a las dos ya el programa llegaba al punto que me aburría, y cerré entonces la página web desde donde podía escucharlo.
Como era de noche, yo no podía poner los parlantes al volumen que se me antojara, pues mi hermana armaría terrible protesta, si no esa misma noche, a la mañana siguiente. Por eso yo escuchaba con los auriculares.
Terminó la parte divertida de la radio, cerré la página, apagué los parlantes y desenchufé los auriculares de los mismos parlantes. Sin embargo no me los quité de las orejas, sino que me puse la puntita metálica, por la que, de alguna forma indescifrable para mí, le entra el sonido, en mi boca, e inmediatamente mis oídos se inundaron de un zumbido placentero. Yo ya conocía ese efecto, y como porque sí, porque era de noche y estaba aburrido, comencé a posar la puntita de los auriculares en cada superficie metálica que encontré, evaluando la intensidad del zumbido que cada metal provocaba: la argolla de los cajones, el marco de la ventana, el alicate, la estufa.
Hasta que decidí posarlo sobre el pequeño rosario vasco que está sobre mi mesita de luz. Es uno plateado con un pequeño crucifijo y diez borlitas. Y la punta fue directamente a posarse, por arte de casualidades, sobre el pecho diminuto del Cristo plateado. No produjo zumbido, empero. Y sin embargo, cuando estaba por quitarlo de allí e ir a probar los botones del jean, oí algo que me dejó paralizado: bum... bum... bum...
Sí, era un corazón que latía imperceptiblemente, a punto de agonizar, en el pecho del crucifijo de mi rosario vasco.

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