martes, 19 de mayo de 2009

El ciprés y la magnolia

El ciprés se enamoró de la magnolia, ¡visualicen la tremenda desigualdad de ese amor! Él estaba en la esquina de la plaza de la calle Juncal, y ella en el centro junto al mástil. Él se enamoró de la magnolia en el invierno del 98, pero ya se imaginarán cómo son los árboles para estas cosas: por más que el ciprés se llenó de aves y comenzó a crecer más alto de lo debido, ella no supo de su amor sino hasta que lo confesó abiertamente el otoño del 2004. Y el ciprés tuvo su contestación seis estaciones después. Esa primavera los poetas lo vieron más verde que nunca, y en las madrugadas se oían sus pequeñas piñas de madera como cortejantes cascabeles. Y en cuanto a la magnolia, cualquiera puede asegurar que sus flores invadieron el piso.
Podría describir cómo reaccionó cada vegetal enamorado, cómo dispusieron sus expectativas, la horizontalidad que cobraron sus ramas, los mensajes que los pájaros y los insectos (las golondrinas y las avispas, especializadas en estos asuntos) enviaron de tronco a tronco, el sendero de pólen que se abrió, del centro de la plaza hasta la esquina. Pero me lo voy a ahorrar: no será difícil para nadie suponer cómo andan las cosas hoy en día. Es más, si pasan por la plaza de la calle Juncal, los verán allí, deslucidos, sin la vitalidad que les era común.
Oí el otro viernes que el intendente, que deambula por esa plaza cada vez que va a la casa de su mamá, mandó a que los talen. Afean el espacio público, opinó. En el lugar de la magnolia van a plantar un ceibo ya crecidito, y ocupando el del ciprés, un álamo recién empollado, muy flexible. La diferencia de edad es mínima para estos árboles, pero no sé, no puedo predecir qué sucederá: estas plantas saben ver y notar lo que le sucedió a la tierra que los amamanta, y no querrán repetir la historia triste del ciprés y la magnolia.

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