miércoles, 6 de mayo de 2009

200 metros

Vuelvo a casa a la una y media de la madrugada, lunes a viernes. No es un barrio de gente bien, tampoco es una villa; es la zona neutral entre ambas cosas, con sus inseguridades, sus calles negras y sus silencios de tumba. Vuelvo cansado de la facultad y voy ligero, caminando lo más rápido que puedo, mirando al piso, respirando dentro de mi cuellito pólar (en invierno) y atento a cualquier sombra y ruido. Tengo siete cuadras bastante peligrosas que recorrer, en las que noche a noche tengo el miedo helado y acurrucado en las venas. Suelo rezar un ángel de la guarda para mis adentros, para ir más rápido.
Después de esas siete cuadras tengo doscientos metros más que son otra cosa. En realidad es una sola cuadra muy larga. De la vereda de enfrente hay un paredón eterno, que separa el mundo de un country. Pero por la vereda que camino yo, un poco menos iluminada, hay una construcción empezada hace siete años, hoy día abandonada. Los doscientos metros de este lado están cubiertos por un alambrado precario, lleno de agujeros, y con montones de telas de arpillera atados al alambre para ocultar la construcción de la vista.
En esos doscientos metros jamás me crucé alma humana o animal, jamás. Y sin embargo, son los peores de las nueve cuadras que tengo que caminar todas las madrugadas: porque, al avanzar, mi cuerpo general turbulencias en el aire, y esas turbulencias, minúsculas, hacen susurrar a las telas de arpillera pegadas al alambre. Susurran, me hablan, embolsan aire y se mueven, como si alguien siniestro, un fantasma, un demonio, huestes de condenados, se movieran detrás de ellas. Esos doscientos metros son de pánico.
Y ni hablo de cuando no es noche calmada, y hay viento fuerte: además de los murmullos, las amenazas de muertes y desgracias, me persiguen aullidos, bandazos de la arpillera contra el alambrado, ¡golpes, pisadas!, ¡a veces hasta oigo sirenas, alarmas de cárceles demolidas…!, cantos fúnebres, cantos de pesqueros en altamar a punto de morir, cantos de niños en la guerra, cantos, canciones estridentes, gritos de locas, llantos de bebés, de animales muriendo. Una vez, juro por mi vida (porque por Dios no se jura), oí un canto de ballena yubarta siendo asesinada.
¿Qué es lo que hay detrás de la tela de arpillera? No lo sé, no me gustaría averiguarlo tampoco. De día se ven sólo escombros, cimientos inconclusos y pilas de ladrillos donde algunos tontos pintaron grafitis. Pero de noche no… de noche, esos doscientos metros que separan la construcción abandonada de la vereda, son el hogar de otra cosa, algo mucho peor.



Algo mucho, mucho peor, sir... No se imagina cuánto.

1 comentario:

  1. Acaso...un...no, me cuesta imaginarlo, tenes razón...

    bocha que no se habla, examen de Uba el sabado a las 7.30hs...

    Un abrazo,sir!

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A ver qué tenés para decir...