jueves, 21 de mayo de 2009

Laetare, amarillo

Sigo con imaginación hibernando, aunque tengo muchas ganas de escribir. (Estuve activo con mi novela por otra parte, es como una compensación.) Pero no es eso, ahora tengo ganas de escribir de lo poco que sé sobre la felicidad.
Para empezar, debo expresar, sin mentiras, rodeos o alardeos semánticos, que la mayor fuente de felicidad me la da el clima (que en cierta forma es más estable, más impredecible, más seguro y fiable que cualquier otra realidad que nos produzca alegría). Sí, un día como el de hoy o el de ayer, templados, con viento, bastante húmedos de esos que la gente detestan, son días felices. Me hacen pensar en mi infancia, que siempre parece más feliz que el tiempo actual; me hace escuchar canciones felices (hoy tocó She moves in her own way); me hace pensar en el Corsario Negro, en Sandokán, en las ganas que tengo de volar hasta Mompracem, de ir a Hawai. Días así me hacen feliz al pensar en planes a futuro, en viajes que quiero hacer, personas con las que quiero hablar. Me hacen ver las cosas malas con una sonrisa sincera, hacen que las peleas con los profesores y mis pequeños fracasos sean caca de perro que se limpia con pasto.
Otras cosas que me hacen feliz son algunos libros y películas. Películas que me hacen llorar de alegría y tengo que dejar los créditos corriendo porque no puedo cortarles la musiquita, películas que me hacen pensar sobre la vida. O libros que son una reflexión hermosa, no importa si verdadera, sino simplemente hermosa y optimista. Mi felicidad es esa, la optimista pero optimista en serio: cuando sé que, malos, buenos, defraudantes o como sean, mi vida y sus sucesos aleatorios van a ser vividos con entereza. Aunque no es entereza la palabra adecuada; quizás no exista: es esa sensación de bienestar tan firme como el día que me hace feliz.


I'm a better man moving on to better things, but uh oh,
I love her because she moves in her own way, but uh oh...

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