lunes, 25 de mayo de 2009

Chararanchan chararán

¡Sí! Esta era la aventura más loca que iba a tener en suerte en toda su vida. ¡Sí, la peor!
Tomó la espada del soldado portugués que se blandía en duelo a su lado y nuevamente armado se encaramó sobre el bauprés del barco enemigo: a doscientos metros se alejaba el barco pirata, ¡y sin él! Aaaah, las pagarían, ya verían. Inmediatamente comenzó a revolear el sable, haciendo que toda la tripulación se alejara de él atemorizada, y así ganó la rueda de timón. ¡Aaah, ooh!, de bruscos movimientos logró que la nave entera describiera esos zigzags tan complicados que sólo cinco capitanes en todo el mar Índico sabían hacer. ¡Ah, la sorpresa, la maravilla de los tripulantes, holandeses, españoles, franceses, al ver que el barco del Capitán Biruss alzaba vuelo! Sí, como un pez volador primero, como una serpiente voladora después, ¡como una grácil gaviota marinera finalmente!, el McWorldendless se adelantó al barco de los piratas y se cernió sobre él como la sombra de la muerte. ¡Qué deleite, qué hermosura oír los alaridos de los piratas acobardados!
Y ya calmado, satisfecho de su obra, dejó que la rueda del timón girara libre y a su antojo. Lentamente descendieron al mar y perdieron velocidad, volviendo a la normalidad justo donde él había deseado: junto a su pequeño y querido barco pirada, ¡si tripulación! De dos saltos felinos ganó la cubierta de su navío y, entre los suyos, exclamó:
-¡A toda vela, Marmifranda nos espera! –Y tanto sus piratas como los europeos que acababa de abandonar, vitorearon y aullaron al escuchar el nombre del nuevo destino.

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