viernes, 18 de septiembre de 2009

Penas, angustias, II

Había tipos trabajando en casa con inquietante tardanza. Mi hermana estaba afuera esa tarde y, a la noche, nos contó la siguiente historia: mientras ella estaba afuera esa tarde, abriendo el portón a los obreros, vio en la esquina a un sujeto. Miraba como atontado, tímido, de lejos, incómodo. Mi hermana se molestó, caminó hasta él y le dijo: No te quedes mirando, andate. Y el tipo se fue sin replicar.
A eso mi mamá le contestó con una risa y un ¡pobre tipo, a lo mejor sólo quería saber si había trabajo para uno más! Y se terminó el tema.
Pero eso no me gustó: ¿y si el sujeto acaba de ser despedido, si toda su vida acababa de derrumbarse y sólo tenía posibilidad de ganar un sustento para él, su amarga esposa y sus hijas trabajando de peón? ¿Y si esa noche se había revelado consigo mismo por dejarse bardeár por una mocosa, tan impotente se sentía? Pobre tipo, yo no me lo olvido más.


Miró mi culo mojado y dijo: otra vez el mismo error de no fijarte si el asiento que preferís está seco, mojado o lleno de chinches.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

A ver qué tenés para decir...