jueves, 10 de septiembre de 2009

Norita compra pan

Hasta principios del siglo XX la Argentina estuvo dividida racialmente entre mulanos y bavianos. Los mulanos predominaban en el norte y centro del país, los bavianos en Buenos Aires y, debido a su mayor riqueza, las zonas caras del sur. Nora era hija de los mulanos heroicos. Ellos eran los rebeldes, la casta que se encargaba voluntariamente, en épocas anteriores, de hacer la guerra a los bavianos burgueses. Pero con la llegada de Victorino de la Plaza en 1914 determinó el fin de la división étnica. Y Nora, de quince años al momento (nacida en el 99) y con sus dos padres muertos en un atentado que destruyó la embajada de Palestina en la Capital Federal, se vio obligada a convivir en la nueva sociedad urbana que intentaba ignorar las disputas anteriores. Lo cual no resultaba muy real para una chica con su peinado característico de los mulanos negros (largas y llamativas trencitas teñidas de rojo), sus tatuajes negros en la cara profesando odio hacia los bavianos burgueses, tatuajes en los antebrazos y manos con la profecía de imperar sobre el país, y educada en un rancho en Santiago del Estero, lejos de todo contacto social.
Nora vivía en un enorme edificio abandonado en vistas a demolición en Capital Federal, y pasó una semana escondida y sola antes de animarse a salir después de declarada la paz. Tenía cinco pesos, no sabía cuánto podía comprar con eso, pero estaba asustada porque los billetes tenían unas puntitas rotas. Fue a una carnicería y pidió pan. Le indicaron la dirección de la panadería, a la otra cuadra. Allí pidió pan, comió apresuradamente las dos baguettes que le dieron (era más de lo que esperaba, pero bueno, Nora tenía hambre), y mientras se terminaba las miguitas tiró los cinco pesos sobre el mostrador. Y antes de que le dijeran nada salió corriendo de la panadería, sintiéndose culpable de que los billetes estuvieran rotos en las puntitas. Le había dado billetes rotos a la baviana burguesa, y si bien antes hubiera tenido que matarla directamente, ahora pensaba que esa era una falta grave.

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