lunes, 7 de septiembre de 2009

Penas, angustias, I

Hay muchas pequeñas cosas (que son bastante idiotas quiero creer), que a pesar de ser pequeñas y ocasionales, me llenan de pena y angustia. Por darles un ejemplo, no puedo no alfigirme cuando me acuerdo del señor gordo sentado al lado mío en un recital de música clásica que fui a ver con mi papá. Él ya estaba cuando nosotros llegamos, y no me senté junto a él (sino que dejé un asiento vacío de intermedio), porque nos dijo optimista que esperaba a alguien. Entonces listo, quedó ese asiento vacío. Pero transcurrió todo el concierto y ciertamente no apareció su ocupante. El muchacho gordo vestido elegantemente no dio mayores pruebas de pena, ninguna. Compró maíz inflado y me convidó, yo le agradecí. Y ahí quedó, pero me conmueven las cosas que debió pensar ese tipo en ese momento, aunque quizás ahora ni se acuerde él siguiera. ¿Sería una chica, un amigo cualquiera, quién, el que faltó?
Bueno, así me pasa con algunas otras cosas.

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