viernes, 4 de septiembre de 2009

Condición humana XXV

El dueño del local puso vidrios polarizados, y satisfecho se tiraba de la barba. Estaba a la mañana y a la tarde tranquilo porque los que pasaban por afuera no podían ver el interior del local, pero él conocía hasta el menor de sus movimientos. Incluso cuando los nenes pegaban la cara al vidrio y se hacían sombra sobre los ojos para ver adentro, sin lograrlo, él los veía. Él estaba satisfecho a pesar de que sabía que al caer la noche el efecto se invertiría y, por tener las luces prendidas dentro del local, desde la calle los transeúntes conocerían hasta el menor de sus sufrimientos, sin que él pueda verlos.


No sé, una metáfora que sirve para muchas cosas. Piensen las propias, yo tengo una que me gusta (no sé qué hago dándo órdenes, pero bueno, antes de leer la mía generen sus propios pensamientos, sino se estancan). Y se aplica a cualquier clase de vidrios: ¿quién no sabe que, si es de noche y tiene las luces prendidas en la cocina, no va a poder ver nada afuera, mientras que de afuera van a poder verlo tranquilamente? ¿y que apagando la luz se va a ver hacia afuera como si se estuviera afuera mismo? (salvo por la mugre del vidrio). Entonces yo pensaba que alguien que vive pensando y reflexionando es como ese que vive con la luz prendida adentro. Vive tanto tiempo así que por más que sabe y reflexiona mucho, no ve un carajo del exterior. Y necesita cada tanto apagar la luz para saber quién está afuera.

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