lunes, 2 de marzo de 2009

Desesperanza IV

Entró al local de sombreros. Felipe quería un lindo sombrero clásico para morir: se suicidaría con estilo. ¿El motivo de su suicidio? Lo olvidaba tan frecuentemente que vivía preguntándoselo: la soledad, el desamor. Eligió un sombrero hongo verde, pequeñito, robusto y duro, clásico. Ciento diez pesos. Lo agarró, fue hasta la caja y empezó a buscar los billetes, pero sólo encontró uno de cien. Mientras el anciano dueño del local, el que desde hacía diecinueve lustros se dedicaba a la fabricación de hermosos sombreros, le envolvía el modelo hongo, Felipe fastidiado refunfuñaba contra la mala suerte de su vida. Incluso ahora le jugaba malas pasadas: estaba seguro de haber llevado trescientos pesos, ahora no podía encontrar dos.
-No se apure, no hay problema… Si quiere, mientras le cuento una historia… -El fabricante de sombreros lo miró de reojo, pero Felipe, el futuro suicida, lo ignoró-. Bueno: según se contaba, en España hubo una vez un hechicero en la corte del Rey Carlos I, que entre tirar cartas de tarot, maldecir, leer bolas de cristal y criar unicornios, fabricaba los sombreros del Rey y toda la Corte Real… -Volvió a mirarlo, pero él seguía enfrascado buscando sus billetes-. Un día el Rey Carlos quedó enamorado de una tan Bárbara Blomberg, pero ella no le respondía su amor. Entonces le pidió a su hechicero y fabricante de sombreros un favor muy especial… ¿Está escuchando?
-Sese…
-Le pidió que fabricase un sombrero capaz de entregarle a su amada. El brujo le advirtió que podía hacerlo, pero que necesitaba un año de tiempo. Entonces se dedicó exclusivamente a la fabricación de dos sombreros idénticos: uno para Carlos I, otro para Bárbara Blom…
-¡Maldición, qué mala suerte! Mejor me llevo esta galera, ¿cien pesos verdad? ¡Aquí tiene! Muchas gracias…
Se fue y dejó al pobre vendedor de sombreros con las palabras en la boca, un sombrero hongo verde en la mano izquierda y un billete de cien en la derecha.
-…y desde entonces se dice que todos los sombreros fabricados en pareja, como esa galera galesa, enamoran a sus portadores, si alguna vez se encuentran…
De más está decir que Felipe perdió sus deseos de suicidarse antes de llegar a la esquina, donde conoció a la treintañera nieta del fabricante de sombreros.

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