lunes, 2 de abril de 2012

Laca lacabeza

"Venite conmigo a dar una paseo" ordenó con esa su forma de convencerte sin que te des cuenta. "Tenemos que encontrar una forma para sacarte los miedos, las fobias, las alergias que tenés" me explicó mientras girábamos en la esquina con las manos en los bolsillos, y sospeché que ya había encontrado esa manera. "Mirá, este barrio es un sueño" me dijo, señalando los techos de las casas. Me parecían normales. "¿Querés un churro?" preguntó, y entonces vimos que un churrero se acercaba en su bici pregonando "churrooos como en la playa, churrooos hace cuánto no comés un churrooo, calentitos los churrooos". Estaban ricos. El dulce de leche desprendía un suave vapor en cada bocado. "Mirá, ¿ves esa chica de alla?". Asentí. "Era alérgica a las tortas de cumpleaños, ahora es sólo alérgica a las tortas de boda". "¿Esto es por lo de las fobias y los miedos?" pregunté, achicando la vista para reconocer algún detalle de la cara de la chica que se alejaba. "Esas cosas son de tu cabeza, son vos mismo. Es como perseguir a una pesadilla para cagarla a trompadas. ¿Alguna vez hiciste eso?". Me miró desde arriba, como si hubiera crecido de repente, como si hubiera querido crecer de repente para estar lejos de mi alcance. Empecé a sospechar de su seguridad. "No tenés que matar a ninguna neurona de tu cerebro para que desaparezcan tus miedos y tus inseguridades. Tenés que encontrar otras para que las dominen, o entrenarlas, o convencerlas para que lo hagan". Parecía estar divagando. "Ah, me debés cinco pesos. Por los churros". "No estaban tan ricos" dije justo antes de salir corriendo, alejándome de él. Había aprendido su lección, y antes que nada la apliqué contra él, contra mí mismo, contra media docena de churros envenenados.

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