miércoles, 18 de abril de 2012

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-Y esta mascarita preincaica -susurró él señalándo una máscara redonda de piedra- se cree que era una máscara mortuoria. Se la daban a los muertos. Es de los Cóndor Huasi; tienen alrededor de mil quinientos años creo.
-¿Y por qué tiene esa carita de tonto? -preguntó ella en un murmullo, acercándose a él. El museo era silencioso y oscuro y no querían perturbar a nadie.
-Es el asombro extático de la persona que se encuentra cara a cara con los poderes sobrenaturales -explicó él, arreglándoselas para no sonar tan manualítico catedrático-. ¿Ves la boquita? Es como que está exhalando de tan sorprendido que está...
-Mmm, no me convence esa teoría -negó ella, acercándose más a él, hasta que sus codos se rozaron-. Yo creo que se la mandaban los indios a las indias para proponerles casamiento o algo así.
-Jaja -susurró-. ¿Por qué lo decís?
-¿Qué? ¿No sabés? -Sus cejas se arquearon con mucha más sutileza que la de las mascaritas preincaicas-. Por ejemplo, vos ponés esa cara de tonto cuando estás juntando ganas de decirme que te gusto.
De repente sintió que su propia cara se volvía de piedra. Sí, podía sentir que su piel era una mascarita lítica, redonda y plata. Ya sentía el baldazo de agua cayéndole.
-¿Ves? Y la boquita no es que soplan... -Acercó su cara a la de él. El museo estaba más silencioso que nunca y pudo sentir el aire que salía de su nariz sobre su cuello-... es que quiere darle un beso, como vos ahora...
Pero no fue un baldazo, sino el rocío de mil quinientos años que caía sobre él y se evaporaba en un segundo.

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