jueves, 12 de abril de 2012

Lo que el tornado me contó


-La tía está sin luz –me avisó mi mamá- así que vamos a ir a llevarle el generador. Dice que se le cayó el pino en la casa del vecino Silbé admirado. Ese pino era enorme.
-Yo voy –anuncié. Los pies me picaban por el aserrín que se había colado adentro de las medias, me picaba la cabeza y las piernas, me dolía la espalda. Quería tomarme un descanso y ver el pino caído.
-Vamos a ir todos. Después nos bañamos en lo de Anahí y vamos a misa –Era Jueves Santo.
El tránsito estaba insoportable. Lo que generalmente podíamos hacer en veinte minutos, cuarenta si era un día complicado, ese Jueves Santo lo hicimos en una hora y diez minutos. De Ituzaingó a Morón, atravesando el caos de avenidas congestionadas, calles internas bloqueadas, callejones sin salida y falta de combustible. En lo de la tía el pino caído me impresionó tanto como pensé que iba a hacerlo, aunque no había podido imaginarlo en su completa magnitud. Ya no había más pino, ni hamaca, ni caminitos, ni medianera, ni galpón del vecino. Ni quise comentarle a la tía lo cambiado que iba a estar el jardín de ahora en más.
Llegamos a lo de Anahí para bañarnos a las siete de la tarde, mientras empezaba la misa. No íbamos a llegar, así que nos bañamos uno a uno, procurando sacarnos bien toda la mugre posible. Ya habían anunciado los de Edenor que podían tardar hasta doce días en darnos la luz, y yo había apostado que iban a darnos la luz el lunes.
-Si pasa eso –dijo papá- vamos a bañarnos a lo del Tuli en vez de venir acá. Hablé con él después de comer y me dijo que puede cargar agua al tanque con una de las motos.
El Tuli era un mecánico amigo de mi hermano, y haciendo andar en el aire a una de sus motos, hacía que la rueda trasera hiciera rodar la rueda del motobombeador. Ingenio puro. Y muy oportuno.
Emprendimos la vuelta cuando ya casi anochecía. Veinticuatro horas desde el tornado. La gente, que a la mañana manejaba tranquila, sorprendida, en silencio, ahora estaba enloquecida (o tal vez no era la misma gente). Nos quedábamos atascados todo el tiempo, las viejas se colaban por donde no debían, las luces y las señales de tránsito que quedaban en pie eran invisibles, la bocina sonaba peor que un reaggetón. Y seguía sin haber luz, oscurecía y las luces altas de los autos encandilaban. Creo que mi mamá, de acompañante, transpiró tanto como durante toda la jornada.

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