domingo, 22 de abril de 2012

Pochoclero

Definamos con exactitud las virtudes de la palabra "pochoclera" siendo referida a una película. Pochoclera, hace mención del pochoclo, caro está. Comer pochoclo mientras se ve la película: primera caracterización sobre la película: permite distracción, no requiere de la constante atención del espectador, que puede tomarse un momento, desde un sutil segundo a un análisis detallado de su bolsita de pochoclo en busca de los más dulces. ¿Pero termina ahí? No, porque lo pochoclero excluye necesariamente a ese tipo de películas en las cuales el espectador no desea comer pochoclos: esas películas en las cuales se compenetra de tal forma que, aunque tuviera espacios y pausas que permitieran comer pochoclos, estos quedarían en segundo plano hasta los créditos. O incluso serían olvidados en la sala.
Pero hay un detalle más, y viene de la etimología del pochoclo. ¿Qué es un pochoclo? Una semilla explotada . Una semilla, el núcleo mínimo capaz de desplegar en condiciones favorables el desarrollo entero de una planta, un ser vivo dotado de una maravillosa energía, arrancada, amontonada con otros cadáveres de semillas y expuesta al calor. Tanto calor que explota, estalla, y al estallar pierde todas sus características iniciales: ya no puede convertirse en planta, ya no podrá ver el sol y fotosintetizar su propio sustento. Ese pequeño pochoclo parece estar hablando de nosotros y de todas las personas que prefieren ver películas pochocleras: de antemano se encierran a perder un par de horas frente a una pantalla llena de luces, ruidos, sensaciones, cuando podrían estar tocando el saxofón, escribiendo, charlando con alguien que quiere charlar.
Y todos lo sabemos, de algún modo u otro. Siempre, mientras masticamos pochoclos viendo una película, tenemos que detenernos un momento, acercar la mano a la boca y escupir, con cuidado y sigilo, esa semillita quemada y ruda que dio hasta su último aliento para sacarnos de allí, al menos, para incomodarnos lo suficiente como para que nos percatáramos en ella, y en nosotros mismos.


En el fondo de mi casa encontré, entre el ciprés y la leñera, los restos de un campamento gitano. Enseguida supe que despierto estaba soñando.

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