jueves, 12 de abril de 2012

Lo que el tornado me contó

Llegamos cuando empezaba la Hora Santa. La capilla se vació y quedamos muy pocos, en un rincón iluminado con velas porque en la capilla tampoco había luz. El ambiente era extraño, adormecedor, bastante bien logrado a decir verdad.
Pero lo que otros años era un momento de silencio y reflexión en voz tranquila, este año fue pura reflexión en voz alta y canto sin respiro. Así que mi papá y mi mamá, molidos de cansancio y molestos por el cambio, se fueron a la media hora y yo me quedé. Estaba tranquilo ahí, podía aislarme de las voces y las guitarras, y en casa no había luz y no había nada para hacer.
Después empezamos a rezar el rosario, y al segundo misterio yo ya sentía la panza que me preguntaba cuánto faltaba para comer algo. Estuve de rodillas todo el rato, salvo el último misterio que me paré: por un lado quería aflojar la presión en las rodillas, y por el otro era como tomar posición de largada: apenas terminara la Hora Santa me iba corriendo.
Sin embargo terminó y salí caminando ligero y tranquilo. Había luna llena, o casi, y la falta de luz eléctrica quedaba completamente recompensada. Podría haberme puesto a leer en la vereda, sino fuera por el humo. Mucho humo, como niebla espesa, acre y húmeda flotando en todos lados. En las siete cuadras que separan la capilla de mi casa debo haber cruzado al menos diez fogones: los vecinos quemaban hojas y ramas que el viento había tirado, y quemaban basura con feo olor, quemaban la comida que se había puesto rancia en la heladera descongelada, quemaban todo lo que no servía. Y hacían bien porque, aunque todavía nadie podía asegurarlo, los basureros no iban a pasar durante más de una semana y las bolsas de basura se iban a acumular en todas las veredas.
Había muchas cosas más que tampoco sabíamos esa noche. Como que la luz iba a ir y volver varias veces (en el mejor de los casos, porque hubo gente sin luz durante más de una semana). Como que uno de mis mejores amigos se había quedado sin casa. Como que a tres cuadras de casa un eucalipto aplastó a un hombre y su auto, le amputaron una pierna y después murió. Como que había más muertos de los esperados, gente que había salido volando con su techo, gente que había sido succionada por una ventana, gente había sido partida en dos por una chapa voladora. Como que muchos estudiantes de la Universidad de Morón estaban internados por cortes y traumatismos. Como que algunos celulares iban a estar mucho tiempo sin señal y la gente iba a desarrollar síndrome de abstinencia. Como que a un vecino le apareció en el fondo de la casa una pileta de fibra de vidrio. Como que íbamos a ver fotos con un tornado de verdad, hecho y derecho. Como que las piras nocturnas iban a repetirse durante cuatro noches, porque el tornado había dejado mucho para quemar con fuego.
El tornado fue un acontecimiento inesperado, único. Como la nevada del dos mil siete, pero más triste. Pensé que si afectaba así a una sociedad como la nuestra, en la antigüedad debía sorprender mucho más. Pensé que sería divertido, en adelante, recordar todos los ocho de abril con la festividad del fogón por el tornado. Después empecé a toser y la consideré una mala idea. Ya no quiero (tal vez nadie quiere) rememorar nada con rituales ni ceremonias ni repeticiones; me alcanza con una vaga memoria, lo que evoca una foto, lo que relata un cuento, un fragmento de información, un poquito de poesía. O siete crónicas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

A ver qué tenés para decir...