miércoles, 11 de abril de 2012

Lo que el tornado me contó

Volví a la mañana siguiente. El tren iba sólo hasta Morón, y decían que la estación de Ituzaingó estaba destruida. Yo viajé leyendo Islas en el golfo, así que me perdí el paisaje de las cosas rotas por la tormenta, pero sabía que estaban porque oía los murmullos de la gente, veía sus sombras cuando movían la cabeza de un lado a otro.
En Morón había en todas las veredas pilas de escombros, ramas, tejas, chapas, fierros de puestos ambulantes, carteles torcidos como la envoltura metálica de un bonbón. Había una cola larguísima para el colectivo que va hasta Moreno, pero por suerte el mío llegó enseguida y casi sin cola. Me encontré con un hombre con el que suelo coincidir a la vuelta, y que se baja en la misma parada que yo: los dos habíamos quedado varados. Esta vez abrí bien los ojos, y no me cansé de ver ramas partidas en horribles chasquidos, árboles enteros caídos a un costado, postes torcidos, carteles volteados, edificios sin techo, montañas y montañas de ramas apiladas, cables sueltos. El colectivero iba indeciso por el laberinto abierto entre los destrozos, modificando su recorrido varias veces.
Pude ver que los daños parecían seguir corredores, atacando por rachas. Una cuadra estaba con los palos borrachos en flor, la siguiente era una ruina. Pero a medida que dejábamos atrás Castelar y nos adentrábamos en Ituzaingó, fueron aumentando las astillas en todas partes.
Ningún semáforo andaba. El tránsito era lento y pesado, pero la gente todavía no salía de su asombro. Nadie tocaba bocina. No se escuchaban pájaros. Miento: sólo se escuchaban las cotorras volar de un lado a otro.
Llegué a casa y encontré un montón de ramas de casuarina en el frente y montón de tejas rotas. En el fondo, el sauce del vecino se había dado un chapuzón en nuestra pileta. Parecía una enorme peluca verde abandonada, mitad en el borde, mitad en el agua.
-Cuando llegamos anoche, después de trabajar –me contó mi papá-, entramos a casa y vimos toda la planta baja inundada y el agua que corría por la escalera. Mamá se puso a gritar. Arriba vimos un agujero en el techo de la pieza de tu hermana, por donde caía un chorro de agua, y en nuestra pieza, sobre la cama, una rama de como un metro atravesaba el techo y chorreaba también sobre el colchón. Todo inundado. Trabajamos durante horas.
El día era espléndido, soleado, un poco ventoso, el aire tan limpio como debe serlo en el Caribe después de un chubasco. La luz enrarecía todo incluso más de lo que se veía.
-¿Por dónde querés que empiece, pa?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

A ver qué tenés para decir...