jueves, 12 de abril de 2012

Lo que el tornado me contó

De chiquito me costó manejar el hacha, pero cuando estuve canchero me encantaba pasar las tardes de invierno, después del colegio, hachando quebracho. Vencer al tronco me llenaba de un primitivo sentimiento de poder. Después aprendí a controlar la motosierra, y ver caer en rodajas troncos tres veces más anchos que yo, sentir la vibración en los brazos y el tórax, oler a nafta y aceite, me embriagó de algo que se refleja en las caras de todo leñador canadiense.
Agarré la motosierra y, con algo de ingenio, empecé a trozar las ramas de sauce para poder ir sacándolas de la pileta. La superficie del agua se fue tornasolando con el combustible que perdía la máquina, y los rayos de sol penetraban por agujeritos, iluminando las hojas sumergidas, reflejando el cielo sobre la nafta. Todo muy colorido. Empezaron a escucharse las chicharras cuando la temperatura fue en aumento.
Sacamos todo el árbol para la hora de comer. Después fuimos con la camioneta y mi hermano a buscar los enormes pedazos de eucalipto que la municipalidad había trozado para despejar Pringles. Abrimos el portón trasero de la camioneta y mi hermano cargaba los troncos más grandes, a lo escocés, y yo iba juntando las ramas más ajustadas a mi talla.
Mientras tanto me contaba su experiencia la noche anterior, cuando el tornado lo agarró en la Universidad de Morón.
-Como llovía mucho, me quedé con una compañera en el hall de planta baja, viendo la lluvia que caía casi horizontal. No sabés lo que era, nunca en tu vida viste caer agua así. Estábamos ahí cuando se cortó la luz. Y como vimos que el viento arrastraba cosas por la calle, le dije a esta chica que nos alejáramos de los ventanales, porque es puro vidrio el hall. Así que nos fuimos atrás de unos sillones que hay, y fue justo por un segundo después empezaron a estallar todos los vidrios y a volar hacia adentro. A mí un sofá que se volcó me pegó en las piernas, y yo agarraba a mi compañera para protegerla y nos caímos al suelo, que se llenó de agua y nos mojamos todos, pero no nos pasó nada. Los que estaban cerca de los vidrios estaban todos cortados. “Me salvaste me salvaste” me decía, y yo cara de campeón le decía que no, que era lo lógico.
-Si se salvaron fue porque vos sos un cagón.
-Ahí nos quedamos sin celular, nadie tenía señal. Duró como veinte minutos la tormenta así. La facultad se llenó de pibes histéricos, muchos estaban lastimados. Después, cuando se calmó un poco todo, con un amigo nos vinimos a pie desde Morón porque todo estaba cortado. No sabés lo que era: no había luz en ningún lado, así que caminábamos como en manada, muy de película, saltando árboles caídos y cables, iluminándonos con celulares…
-Muy cine catástrofe.
-No sé qué es eso. Me sentía Rick el de Walking Dead. Fue re zarpado. Tardamos más de dos horas en venir. Y no sabés lo que era esto de acá: impresionante lo rápido que limpiaron, porque anoche era una jungla en medio de la calle, ramas gigante cruzando todo, postes partidos por todos lados, cables entre las ramas…
-Cargá ese y nos vamos –interrumpió mi papá-. Bajamos esto en casa y venimos una vez más a buscar más leña.
Algo remolón adentro mío se quejó indignado, pero no hice ni una mueca. Mi alma clamaba por una siesta para hacer la digestión, pero en cierta medida, poniendo el trabajo por sobre mi comodidad personal, yo también me sentía medio protagonista de una película.

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