miércoles, 25 de abril de 2012

La carta desaparecida

Ella decía que nunca le llegó la carta, él afirmaba habérsela dejado. Así cerradita y doblada como se la pasé yo, él dice que la metió en el primer folio de carátula de la carpeta violeta que ella tenía sobre el banco. Y que nadie estaba mirando, no había nadie en el aula. Cuando la encaré, cuatro días después, ella dijo que sí, que su carpeta violeta seguía arriba de su escritorio cuando volvieron del recreo, pero que nunca encontró una carta de Pablo en el primer folio. Y yo personalmente vigilé que, después de Pablo, nadie más entrara al aula durante todo el recreo. Era imposible. Simplemente imposible. Había gastado semanas de creatividad al escribir esa carta para que Pablito enamorara a Sofía, y la carta había desaparecido así, en la nada, había sido tragada por un agujero negro desde folio de la carpeta violeta.
Esa noche, que volvía enojado con Pablo, con Sofía y con el mundo por el tema de la carta, pensé durante un segundo que había empezado a nevar. Enseguida me di cuenta que el cielo estaba despejado. Y un instante después, que caía papel picado y no nieve. Y que caía sobre mí, en un círculo estrecho. No me costó nada reconocer, en un pedazo más o menos grande de papel rasgado, mi propia caligrafía.

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