sábado, 31 de marzo de 2012

Las momias

Me gustan las momias. Son arte. Dicen tanto sin decir nada, ocultan tanto, dejan tanto espacio para imaginar. Duermen mientras las miramos, cobran vida cuando seguimos de largo, cuando apagan la luz, cuando pensamos sobre ellas antes de dormir, asegurarnos de estar bien tapados. Seguramente se sonreirían, se burlarían de nosotros.
No me imagino la sensación que debe producir encontrarse con una momia cuando no lo estás esperando. Encontrarte con un muerto nuevo, vaya y pase; con un descuartizamiento atroz, te la regalo. Pero una momia no sé. Tan vieja como las piedras, apenas más reciente que un fósil, y sin dejar de ser tan humano como era antes. Pienso que yo podría ser una momia en cien años, en quinientos, en tres mil años. Me momificarían sentado, en piyamas y con anteojos, como frente a la compu en invierno, y la gente que no me conocía pensará que mi momia mira al infinito, al más allá.
Me gustaría comprarme una momia, una chiquita, por ebay o bestbuy, y ponerla en un estante con vidrios polarizados y una lamparita adentro. Cosa de no obligarla a verme, cosa de poder apagar las luces y no verla a ella tampoco. Las momias necesitan su intimidad, incluso dentro de sus pozos o sus sarcófagos, sus vitrinas y sus nichos.

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