lunes, 19 de marzo de 2012

Condición humana LII

La emperatriz de Trinimi no envidia los jardines reales de ningún zar, de ningún rey europeo ni de ningún emperador japonés. Todos ellos se jactan de tener millares de flores coloridas, terrenos en perfectos declives, árboles ajedrezados como edificios, caminos geométricos y esculturas como hadas. Pero el jardín real de la emperatriz de Trinimi, ubicado en una isla tropical al este de las Filipinas, es verde y desprolijo prácticamente todo el año. En él trabajan quinientos cincuenta jardineros, pero ninguno poda ni una rama, ninguno endereza un tallo, ninguno libera un camino si un arbusto decide invadirlo. Se dedican exclusivamente a eliminar la maña hierba que crece en el suelo y a conseguir bellos puntos de observación. Porque la especie vegetal que cuidan en el jardín real de Trinimi es extraña, secreta y única: un día al año da una flor pequeña, de pétalos débiles y casi transparentes. Nadie puede predecir hasta el día anterior en qué rama de la planta saldrá la flor, y nadie puede adivinar de qué color será ese año. Sólo se sabe que nunca es el mismo, y que quien contempla una vez una de esas florcitas nunca volverá a ver con los mismos ojos esos jardines abarrotados de color, de estatuas y caminos.

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