viernes, 2 de marzo de 2012

Esas cosas sin nombre

Cuando salí de casa hoy temprano encontré que en el gato del vecino estaba maullándole a otro gato desconocido que estaba en la vereda. Este otro gato pasó entre los barrotes y se echó al suelo frente al dueño de casa. El gato de mi vecino lo miró un momento y se dio vuelta, dejando que le gato extraño fuera hasta su platito de comida para que se sacara el hambre. Buenos gatos, pensé.
Ya llegando a la para de colectivo vi a Panchito y a Sofía, de nueve y ocho años respectivamente. Viven en casas enfrentadas con grandes rejas y tienen familias bastante cerradas. Que yo sepa, Panchito y Sofía nunca se vieron sin rejas de por medio, pero siempre los encuentro a cada uno en su jardín, hablando animados, jugando a esto, a aquello, contándose noticias, planeando y proyectando actividades que probablemente nunca hagan. Son excelentes amigos. Y creo que Sofía gusta de Pancho pero no le dice nada.
Mientras esperaba el colectivo vi de lejos que se acercaba una pareja de viejitos. Ella es la más deteriorada, tenía la mirada perdida, la mandíbula floja, despeinada a pesar de evidentes esfuerzos por hacerla más linda. Y caminaba cayéndose constantemente hacia la derecha, sin controlar la inclinación de su cadera. Su esposo, un viejito de la misma estatura y cara fruncida, la tenía del brazo y tiraba hacia la izquierda para que no se fuera al piso. A pesar de unas arrugas de tedio que le cruzaban la frente, los ojos estaban atentos y preocupados en su mujer. Cuando pasaron de largo pude ver que el viejo caminaba inclinado hacia la izquierda, con la columna torcida, joroba y una pierna atrofiada, perfectamente adaptado para compensar el andar de su esposa.
Cuando con el colectivo frente a mí, un flaco lleno de aros en la cara se subió primero ignorando a la chica embarazada, me pregunté qué nombre tienen las cosas que todavía no tiene nombre, y cómo darles uno que suene a verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

A ver qué tenés para decir...