Yo la miré, anonadado, en el espejo. La habría mirado de forma directa si no fuera por la estrechez de la visión homínida.
-Sí, no te hagás el tonto -jugó con migo, altanera-. Sé que fuiste al médico y al dermatólogo... No me querés más, me vas a cortar, ¡animal! ¿Cómo dejás que un enfermo te acuchille la cara? ¿Tanto te avergüenzo? Mirame, sí, mirame bien, mirame atentamente, animal... ¿Me ves? No soy cualquier cosa yo: tengo consciencia propia, puedo hablar... Haber nacido junto a vos es una mala casualidad, pero escuchame bien: no te atrevas a matarme, no sabés el escándalo que puedo armar, ¿me oís? Puede ser el peor error de tu vida...
Ahí estaba, amenazándome. ¿Y pensaba que hablándome así iba a salvarse? Encima de enorme y fea, era una verruga violenta. Más razones para pasarla por el bisturí cuanto antes.
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