domingo, 9 de mayo de 2010

Deformaciones ortográficas

En el tren siempre toma nota de lo que tiene que leer para la facultad. Así a fin de cuatrimestre tiene, en un sólo cuaderno, el resumen de toda la materia. El tren le resulta más cómodo para leer y escribir que el colectivo: por lo general es más estable y nunca tiene ese molesto traqueteo de las calles mal asfaltadas. Así y todo, un leyendo puede descubrir muchas cosas: os demasiado grandes a causa de un bamboleo horizontal, eles con el doble de longitud por culpa de alguna acelerada brusca, algunos rayones por culpa del buen señor que pasó por el pasillo y le empujó el codo, etcétera. Si hay una oración muy larga que se nota que fue escrita de corrido, y uno la mira con atención, puede llegar a descubrir cierto patrón de movimiento en la caligrafía, y siendo asiduo en el mismo transporte puede, no sin dificultad, adivinar a qué altura del recorrido la escribió.
Sus cuadernos con anotaciones esconden muchos secretos por el estilo, y él los ignora todos. Todos, salvo uno: en la hoja veintidós, en el anteúltimo renglón, hay una T mayúscula cuyo mástil se prolongó más de lo debido. ¿El motivo? Lo recuerda bien: una frenadita brusca al llegar a Villa Luro, donde actos seguido subió la chica más angelical de las angelicales, vestida con una blusa blanca, suavemente despeinada, con un moñito y labios marrones, y se sentó a su lado. Si uno lee lo que le sigue a esa T, nota mucha incoherencia y balbuceos literarios en todo lo que escribió hasta que llegó a Once.

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