sábado, 3 de abril de 2010

Registrado

Ahora que tengo todos mis cuentos, novelas, pensamientos, poemas y parte de textos del blog registrados debidamente en la Cosa de Propiedad Intelectual, puedo hacer cosas tales como esta: así empieza y así termina mi mejor cuento, Amores imposibles en la Capital Federal (año dos mil y pico).

«La miré de reojo. El viento sacudía su ropa con violencia y arrastraba el jugo del durazno que yo estaba comiendo a mordiscones. Era mi último durazno. Pensé en convidarle, tal vez así lograra quedarme con ella algún tiempo. Pero debía decidirme rápido, o terminaba de comer o me le acercaba y le ofrecía lo que quedaba de pulpa. Terminé de comer, me sequé la boca con la manga arenosa del sobretodo y arrojé bien lejos el carozo. Ella estaba sentada a unos cien metros, en el cordón de la calle cubierta de polvo y tierra, mirando el piso. Seguramente estaba sedienta. Me acerqué decidido, sacando una botella de agua mineral de la mochila color caqui, desenrosqué la tapa y le di un largo trago.»

«Es poco probable que alguien encuentre el amor en estas zonas y en estos tiempos, ese amor que justamente ahora se dedica a desencontrar sentimientos y personas. Yo, Puck Desierto, encontré a Arco Iris estando dispuesto a amarla cuando ella no lo estaba, y Arco Iris me encontró después, quién sabe dispuesta a qué, cuando yo en realidad lo que quería era seguir durmiendo. A veces, sueños y amor no son la misma cosa.»

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