domingo, 11 de abril de 2010

Tres son los loros

A continuación voy a contar tres viejas y breves historias sobre loros parlantes que circularon por siempre en mi familia. Sólo que una de ellas no es verídica.
La primera trata de un zapatero y su loro. El pobre hombre solitario en su minúsculo lugar de trabajo no encontraba más alternativa que entretenerse con un lorito, reemplazándolo por otro cada vez que moría. Pero todos tenían algo en común: aprendían rápido a llamarlo. Entonces, cuando venía un cliente y, por una u otra circunstancia el zapatero había salido (sin cerrar el local, eran otros tiempos), el loro comenzaba a gritar ¡Papaaá, papaaá, geeentee, geeentee papaaá!
La otra historia cuenta que, en la etapa última del peronismo, un pariente lejano mío tenía un loro. Esta ave no era muy ilustrada, pero había aprendido a silbar dos canciones: la cucaracha y la marcha peronista. ¿Y qué pasó entonces? El nuevo gobierno prohibió bajo pena de cárcel cantar dicha marcha, incluso nombrar a Perón. ¡Pobre loro, semanas entera las que pasó a las sombras de un paño sin poder cantar! Nunca fue tan real la necesidad de que alguien mantuviera el pico bien cerrado...
Y la última es la más graciosa. Un día un vendedor ambulante llega frente a una casa y golpea las manos, y un loro, posado en su percha en el porche de la casa, le chilla: no hay nadie, no hay nadie. El vendedor hace una mueca chistosa y vuelve a llamar con palmadas. ¡No hay nadie, no hay nadie!, insiste el pajarito, encrespándose. Otra vez vuelve a golpear las manos, y esta vez recibe un enfurecido grito de indignación: ¡No hay nadie, boludo, no hay nadie! Ahí nomás, rojo de vergüenza y de homínido orgullo herido, cazó su valija de ambulante y se fue a la otra cuadra.

1 comentario:

A ver qué tenés para decir...