domingo, 27 de diciembre de 2009

Do sostenido

Diógenes era ciego de nacimiento y tenía un oído extraordinario. Tenía el oído de un perro, decían, así como algunos aviadores y beduinos tienen la vista de un halcón. Diógenes solía ir a oír conciertos de música clásica, orquestas, cualquier cosa en que lo importante fuera el sonido y no lo visual; por eso no iba a conciertos de bandas pops o de rock.
Diógenes siempre tuvo buen oído y jamás creyó que eso fuera a darle alguna cualidad más impresionante que esa de oír bien. Pero esa noche, en el concierto del violinista Fidias y el pianista Ictino, él supo que algo andaba mal. El violín de Fidias producía un ruido muy extraño y frío cuando tocaba notas agudas, y se volvía turbio cuando tocaba notas más graves. Distorsiones muy molestas. Por eso, en el primer entreactos, Diógenes fue y lo comentó con alguien, y ese alguien se lo comentó a alguien de mayor importancia, y ese alguien se lo comentó a Fidias. Y Fidias, frente a Ictino, se puso muy nervioso.
Revisaron el violín y encontraron que el diapasón era hueco y que la voluta escondía una bala lista para ser detonada cuando un microafinador detectara el último do sostenido de la última canción; el do sostenido al que miles de violinistas temían; el do sostenido sobre el cual, dos semanas antes del concierto, Ictino le había preguntado a Fidias si podría hacerlo sin desafinar. "Oirás mejor que yo lo afinado de ese último do sostenido", había contestado Fidias. Pero por culpa de Diógenes, nadio oyó ese do.

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