sábado, 19 de diciembre de 2009

Dieciocho siestas [fr]

[...]
-¿Ma...?
Murió la tía, me dijo. Su hermana. La habían internado la semana pasada en un chequeo y no llegaron a tratarla de un cáncer de hígado. Se le expandió y esta noche había muerto. Acaban de llamarla del hospital. Ahora mi mamá estaba sola: la abuela había muerto de jovencita, del abuelo no íbamos a tener noticias en un par de años, su única hermana había muerto también.
Me dijo que no iba a ir al colegio, que íbamos al funeral. Yo inmediatamente había rememorado el funeral y tuve ganas de salir corriendo de ahí. Sonaré cruel, pero la verdad que la muerte de la tía (que nunca fue la mejor tía del mundo, pero que igual me afectó) había pasado ocho años atrás. Yo ya la tenía superada, lo que más me apenaba de la situación era el estado de mamá...
Maldita voz. Podría haber elegido días mejores que los de la muerte de Joaquín y la tía. ¿De verdad habían muerto el mismo día, con dos años de diferencia? Jamás le presté atención a las fechas, ni a los cumpleaños.
No me apenó faltar al colegio. Marisa ya no estaba allá, y ni quería verla. A los diez años debía ser muy graciosa seguro. Llamé a la casa de Mati temprano y le avisé lo que había pasado. A las diez de la mañana ya estábamos en el funeral, toda la parentela triste. A la hora de la merienda la cremamos, y papá y mamá se fueron a Mar Azul para tirar las cenizas al mar.
[...]


Entrás a la casa y tiene postits amarillos por todos lados, garabateados con caligrafía diminuta. Antes de que lo viera aparecer con el cuchillo, sólo alcancé a leer uno que decía "sí la amé, la amé con todas las hormonas de mi ser".

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