viernes, 20 de febrero de 2009

Lluvia de otoño

El calor cedió. Ahora está la lluvia. Miro por la ventana, la veo caer sobre la terraza. Salgo de la silla y camino hacia la puerta. La abro, veo la franja de piso seco, protegido por un techito, y el resto de la terraza, empapada. Con delicia estiro mi brazo más allá de la zona segura: que la lluvia me moje la palma de la mano. Espero, pues no son tantas gotas como parecen, y me salpica el brazo. ¡No, yo quiero en la palma! Aguardo un momento más, y vuelve a mojarme la piel del brazo. ¿Tanto cuesta que caiga una gota en mi mano? Comienzo a moverla, lento, tentando a la casualidad. Se me mojan los dedos, me salpica el codo, otra vez el brazo, y finalmente, con una velocidad vertiginosamente ignorada, una lágrima celeste me inunda la línea de la vida, pequeña arruga humana. Ahh... Ahora sí, tranquilo, me seco el brazo contra la remera, cierro la puerta y vuelvo a mi silla, a mirar la lluvia caer a través de la ventana.

(PD: con gaitas de fondo se convierte en poesía.)

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