jueves, 19 de febrero de 2009

Dos poemas

Decir inolvidable. Decir nunca te voy a olvidar.
¿Qué sabés? Si el alma se va a descansar.
Delega al cerebro la tarea de recordar,
y todos sabemos que las neuronas juegan mal,
que les gusta lastimarse y contradecirse
en un juego en que nada es racional.
¿Aquella camarera? ¿Aquél rincón del lago?
¿Recuerdas la roca esa del primer beso?
¿Cuando prometiste rezarle todos los días?
¿La melodía que te llenaba de alborozo?
Y pinta la inofensiva hipocresía
del que alza el pecho y todo lo olvida.


Todos chorreamos. Somos humanos de intercambio.
Por poros y por la boca. Sentimientos o fluídos
que empapan alrededor cada vez que nos movemos
o incluso si nos quedamos quietos.
Enfermamos lo que tenemos.
Uno escupe un poco de alquitrán y al segundo
todos lo imitan, alquitraneros.
¡Las convicciones no llevan a nada! llora uno.
Y su anticonvictismo lo llevó primero a nada
junto a los que se empaparon de su voz.
¡Qué gran libro! dicen, olvidando lo que enseñó.
¡Esto es porquería! afirman convencidos,
porque otro les pegó su sudor en el tren.
Uno tragó algo de "no ver y opinar"
y cuando lo cagó, los demás devoraron su mierda.
Y ahora yo, con mi pañuelo llamado antropomorfismo,
me sueno los mocos y me siento en su retrete,
inodoro, el trono de la infantil sabiduría, de los que no olvidan
-sino que piensan de nuevo si ya no recuerdan-, sutil hipocresía.

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