domingo, 22 de febrero de 2009

Escondido mucho tiempo

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Niro saltó el tramo final y lo primero que hizo fue silbar de admiración. Actas se apresuró en seguirlo y vio por qué: debajo de la choza de Chade había una caverna que daba la impresión de extenderse por debajo de toda la isla.
—Guaau… —suspiró Juliu cuando llegó.
Tal vez no toda la isla, pero aquella bodega era gigante. Al menos un kilómetro de profundidad y doscientos metros de ancho. El techo estaba a unos treinta metros y todo hasta esa altura, a ambos lados del pasillo central, estaba repleto de gigantescos, enormes y desmesurados bidones de madera, grandes como barcos y viejos como ruinas del Imperio Anciano.
La luz que largaban los faroles llenaba de sombras movedizas todo el recinto, haciéndolo parecer vivo. Aquellos toneles parecían monstruos dormidos, respirando pesadamente, a quienes no hay que despertar… Capas de polvo caían de todos lados, como si las cosas vibraran.
Sin darse cuenta, Actas empujó una botella en el piso. El tintineo los aturdió y del sobresalto se agacharon bajito, tímidos, temiendo que algo malo sucediera. Actas entonces miró el piso y vio que todo el pasillo central, que tendría unos quince metros de ancho, estaba tapizado por un sinfín de botellas: grandes, pequeñas, redondas, alargadas, gigantes, damajuanas, verdes, transparentes, rotas, marrones.
—¿Qué es este lugar…? —preguntó Juliu con algo de miedo. El eco sonó varios segundos en el aire, perdido.
—¡Es mi bodega! —se oyó que respondía Chade desde lejos—. ¡Agradezcan que son los únicos que tienen el lujo de verla, pero ahora, por favor, vengan a sacarme de este embrollo!
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