miércoles, 19 de noviembre de 2008

Si la Ciencia cae

Se puede oír su voz rancia que camina con pies gastados el duro pavimento:
-¡Al gurú-gurú…!
Generalmente lleva, en su bolsito desmesurado sobre la espalda, unos cincuenta tipos diferentes de gurúes, mitad para el hogar, mitad para solucionar problemas callejeros.
Desde que cayó la ciencia los gurúes lo hacen todo. Pero no porque en verdad sean mágicos, no. Lo que sucedió fue que los Científicos se dieron cuenta que estaban muy lejos de hacer comprender a la población mundial cómo es que funcionaba la Ciencia, y que aún así, las creencias irracionales no quedaban de lado. Entonces renunciaron a su labor y el mundo se sumió en un caos. El Presidente los llamó a su pequeña islita, donde aún hacían Ciencia, y les pidió ayuda. Entonces los roñosos y viejos Científicos decidieron que la solución era enmascarar a la Ciencia, y ahí surgieron los gurúes: muñequitos simpáticos, con aspectos de vudú, demonio oriental, quetzal, ave trueno y esas cosas, que realizan diferentes actividades cotidianas y arreglan a los gurúes rotos. Y no se venden en tiendas de tecnología: esas desaparecieron. Se les dan a grandes distribuidoras que montan gigantescos toldos llenos de parafernalia juglaresca, y los que están fallados se los dan baratito a niños y ancianos indigentes para que los vendan por las calles y por los trenes.
Ahí va otra vez, mintiendo de su mercancía:
-¡Arregla tele, disketera, el gurú que usté’ quiera! ¡Compre, compre…! ¡Al gurú-gurú…!



Ahora, con permiso, me voy a hacer estadística, que lamentablemente la ciencia no cayó todavía.

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