lunes, 24 de noviembre de 2008

Qué asco

Mi amor más inocente fue a los cinco años, en salita verde. Yo era un flaquito más y me gustaba la única de rulos rubios y ojazos celeste, pero también le gustaba al gordito quilombero de la clase. Así que un día, sin muchas más complicaciones, nos agarramos a las infantiles trompadas por el amor de Marisa. Yo le dejé un ojo morado y él me tiró al piso y me raspé dolorosamente toda la rodilla. Como consecuencia nos suspendieron por tres días (¡en jardín!).
Cuando volví todos me contaron cómplicemente que Marisa estaba enamorada de mí, pero me dio un chucho inexplicable y no le pude hablar. Así que en el recreo, cuando yo estaba en la hamaca, ella vino por atrás y se colgó de mí, como había visto hacer en una película. Me preguntó si me dolía la rodilla y dije estoicamente que no, y haciendo una demostración de valentía, me rasqué, arrasqué la cascarita y se la regalé. Ella me sonrió con sus ojos dulzones, la tomó con afecto, la masticó y se la comió. Fue raro que mi primer beso tuviera sabor a rodilla.

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