viernes, 17 de febrero de 2012

Bully mágico

La encontré cuando volvía del club. Por casualidad se me escapó la pelota al rebotar contra el cordón de la vereda y salió disparada, yo atrás de ella. La pelota terminó abajo de un arbusto y cuando me agaché a buscarla, vi esa otra cosa. Verde, brillante, fantástica. Huyó lo más rápido que pudo, aterrada y torpe. Yo me abalancé y, antes de que se colara entre los barrotes de la reja de una casa abandonada, le puse una mano arriba. Sentí golpes y arañazos en la palma, pero no me hicieron nada. Con cuidado puse la otra mano por abajo y pude levantarla del piso. Miré la pelota, todavía abajo del arbusto, y dudé un segundo. Pero miré alrededor y vi que no había nadie. Corrí apurado a casa, como pude abrí las puertas y la dejé a atrapada abajo del vaso. Con un diccionario arriba. La contemplé embelesado unos segundos antes de ir a buscar mi pelota; ella me miraba aturdida entre su desesperación, su decepción y la angustia. Fui y volví en menos de cinco minutos, y gasté el resto del día en ver a mi presa verde, brillante y fantástica languidecer bajo el diccionario. A la noche la metí en una jarra con tapa agujereada y la escondí adentro de mi baúl. Antes de dormirme me sentía el bully más mágico del mundo.

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