domingo, 5 de febrero de 2012

Micción nocturna

Soñé que me levantaba a la noche para ir al baño y las luces estaban apagadas, las teclas no funcionaban, la noche era noche cerrada. Salí al pasillo y caminé por mi casa, pero antes de darme cuenta no era más mi casa, sino el mundo entero, el mundo edificio, durmiendo. Alcancé con las manos una baranda fría y oí que más allá se abría la vida. Llegué a un pasillo colgante que se sacudía y rechinaba, no veía nada, todo lo intuía. Después hubo habitaciones por las que volé abriendo puertas que no estaban cerradas, y de a poco me iba poniendo más contento, casi cantaba. Sentía el olor del rocío, de la cena terminada, de la respiración de las plantas. Llegué hasta a una terraza donde estaba colgada la ropa de toda la eternidad, la ropa diaria, las sábanas usadas en la intimidad. Mis dedos sentían los pliegues mojados, botones brillantes, telas gastadas. Se alegraban el oído, el tacto, el olfato, ya que los ojos no captaban nada. Me topé con una pared, y apoyándome en ella le di una vuelta, encontré una escalera de manos que tintineaba contenta. Subí infatigable, riéndome del viento que me zarandeaba, de la tierra que se alejaba, subí hasta arriba de todo. Allá hice equilibrio, sabía que cuatro cornisas me rodeaban, pero no temía nada. En la cima del mundo durmiendo, de noche, feliz por dentro, me bajé el pantalón y solté la meada.

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