sábado, 27 de diciembre de 2008

Volare, oh-oh,caere, oh-oh oh-oh

Nadie le creyó a Daniel, en la chacra de su Tío Primo, cuando les contó que había encontrado unos caballos alados. Se reían de él y motivos tenían: Daniel había sido el pastorcito mentiroso todos los veranos, cada vez que iba a vacacionar allí. Pero ahora estaba indignado: no podía ser que no le creyeran esta vez, con todos los detalles que les daba, con la explicación que les había dado sobre cómo montarlos y sobre su comportamiento arisco. A pesar de que narró la historia ingeniosa de cómo descubrió que comían musgos húmedos y de cómo había engañado a un alazán para montarlo, en la chacra del Tío Primo nadie lo tomó enserio. Hasta que al final encontraron su cuerpecito en el descampado, aplastado contra las rocas con su propio peso, con unas plumas y pelitos de alazán en las manos.

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