sábado, 27 de diciembre de 2008

Dejándola que corra

Alberto era alérgico a la primavera, pero sin embargo, en la esquina de dos avenidas, un misterioso vendedor de flores se le acercó, ocultando su rostro con un sombrero amplio, y le dio un ramo de flores diciendo: camina tres cuadras hacia la izquierda, dos hacia la derecha, toma la diagonal y a mitad de cuadra verás una casa de dos pisos. Toca el timbre del departamento D y encontrarás una mujer a la que le agradarán estas flores." Alberto, intrigado, hizo todo lo que le dijo, pero cuando estaba por tocar timbre, oyó una vocecita aflautada. Miró hacia abajo y descubrió que una de las rosas le hablaba. "¡Alberto, Alberto! ¡Es todo una trampa del místico, no le hagas caso, no toques el timbre o encontrarás el amor de tu vida y ya nada volverá a ser igual!" Dubitativo, Alberto demoró unos segundos en tocar el botón; pero finalmente lo hizo. Y sin embargo, antes de que el amor de su vida saliera a la puerta, se oyó un estruendo y un haz de luz amarilla, como un láser gigante, lo succionó. De repente despertó desnudo en lo que parecía ser una nave extraterrestre, y una gran cabeza blanca, como la que comandaba a los Power Ranges en un principio, le explicó qué él debía salvar al mundo evitando el secuestro del embajador chino en Estados Unidos y derrotando al calamar monstruo que hundía los barcos petroleros en Medio Oriente. Alberto, confundido, se dejó vestir y armamentar por extraños seres vestidos de negro, y con las flores en la mano, saltó al vacío y tiró la piola del paracaídas. Pero la piola se cortó, y se dio cuenta tarde que nunca le habían explicado dónde estaba la cuerda secundaria. "Adiós, florcita."

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