viernes, 4 de mayo de 2012

En fin

Hoy ando escaso de tiempo, de ganas, de ideas. Así que les narro lo que me pasó hoy a la vuelta: yo sé que a las nueve y veinticinco sale un tren local. Me bajé del colectivo en Once a las nueve y media, pero aún así corrí, como si supiera que el tren local se había atrasado. En realidad no es intuición: uno al tiempo siempre tiene la intuición de que tiene que correr, a veces lo hace, a veces no, y a veces lo que hacemos coincide con el horario fluctuante de los trenes que casi siempre se atrasan. Hoy corrí y el tren todavía no había llegado, el andén estaba llenísimo de gente y yo como pude me inmiscuí entre las personas que esperaban. Entonces lo veo: el tren estaba recién entrando, era de los nuevos, de dos pisos. Inmediatamente miré el andén de enfrente para ver dónde estaban marcadas, con líneas amarillas, las ubicaciones de las puertas del tren cuando se detenía. Y vi que estaba muy mal ubicado a la altura del primer vagón, de piso simple. Automáticamente salí de donde estaba y campeé a ojo la primera de las puertas del vagón de dos pisos, me ubiqué bien, retuve a las viejas y a los petisos apurados, dejé bajar a la gente, salté como un Sandokán al abordaje y me posicioné bajo una de las luces del piso de arriba. Arriba y no abajo, porque las viejas que se suben después prefieren ir abajo porque tienen menos escalones que para ir arriba, y yo quería ir leyendo sobre Sherlock Holmes.
Cuando llegué a casa me enteré de que nadie quería las ilustraciones que estuve haciendo, y que nadie iba a hacer nada con las montones de horas que les dediqué a cada una. En fin.

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