jueves, 17 de mayo de 2012

Condición humana LV

El emperador había inventado una festividad muy especial en su reino. Un día al año, todos sus súbditos, desde los generales a los soldados y hasta los esclavos más esclavizados podían ir al palacio y patear su trono. Todos los años se formaban largas colas de gente diversa, sin ninguna preferencia, y uno a uno pasaban a la Sala Real, miraban al emperador a los ojos, se aproximaban y, algunos con rencor, otros con timidez, otros con sórdida ira y sentimiento, pateaban una pata del hermoso trono, y se retiraba. Algunos, asustados de su audacia, hacían una reverencia antes de irse. Ese día no había guardias ni escoltas que protegieran al emperador, pero nadie se percataba de esto.
Y el emperador se quedaba todo el día allí, firme sobre su trono plateado y con incrustaciones multicolores, sin comer nada durante horas, sonriendo a todos los que iban a patear su trono. Eso era lo más desconcertante de toda la festividad.
Detrás del trono había un pequeño bulto negro, agazapado, que pasaba desapercibido. Pero que cada tanto susurraba para el emperador: "¿Hasta cuándo seguirá soportando esto, su majestad? ¿No quiere ordenar un descanso, no quiere beber un poco de agua, un poco de sake? ¿Su majestad, por qué sigue sonriendo? ¿No se cansa usted ni un poco, su majestad...? Lo veo firme como un acantilado, pero siento que su espalda se humedece de transpiración, su majestad, ¿qué significa esto? ¿Por qué no cede, su majestad?"

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