domingo, 13 de mayo de 2012

Conejitos de manzana

-Tal vez no le importemos a nadie.
-Quizás a nadie le importe nadie.
El linyera y yo nos callamos. Cada vez hablábamos menos, cada vez nuestros silencios se entendían mejor. Esta vez estábamos en un helipuerto con la H despintada y el piso lleno de grietitas y si nos echábamos de espaldas no se veía nada salvo cielo. Ni antenas, ni otros edificios, nada.
-¿Qué son los problemas de los otros? -filosofaba el linyera bocarriba-. ¿Cómo es que llegan a afectarnos a nosotros mismos, a nuestros cuerpos, cómo es que lo que sufre alguien a quien no ves, alguien que está tan lejos y tan encerrado, puede llegar a hacerte un problema personal tan grande en tu cabeza? Y tantas veces pasamos al lado de alguien con el corazón en los pies y sus problemas ni nos ponen la piel de gallina...
No contesté. En cambio, al rato, levantándome con brusquedad, dije:
-La puta madre, viejo. Acá no vamos a ver ni un puto helicóptero, esto está más abandonado que nuestras almas -Y me fui escaleras abajo, dejándolo solo allá, para confirmar sus temores, lo dejé solo y con sus problemas.
Él no me había dicho nada cuando le conté que extrañaba la forma en que ella pelaba las manzanas: yo no iba a darle ningún consejo sobre la carta que le había mandado su nieta.

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