miércoles, 31 de marzo de 2010

Zarco, el Rey de Zoomorpquía

Un cuerpo blanco mira a los dos hermanos desde el borde de la pileta en la que se ahogó. Los dos hermanos se odian pero colaboran, uno con el pico y el otro con la pala, en el pozo. El mayor de los hermanos al principio cree oírlo, cada tanto, soltar su típico ronquido. El menor cada vez que puede lo mira devolverle la mirada. Ninguna alma piadosa le pudo cerrar los ojos.
Al rato intercambian la pala de mango caliente. La luna llena brinda la mitad de la luz, la otra mitad un reflector. Uno de los hermanos, mientras el otro ablanda la dura tierra, se pierde mirando las nubes gordas de contornos nacarados. Después va a buscar un paquete de galletitas y empiezan a hablar de la sabiduría del "cavar su propia tumba" y de lo grande que parece el perro ahora muerto.
El pozo se hizo muy profundo y van a buscar un farol portátil y un adaptador para el alargue, porque sin ver el fondo del hoyo es difícil avanzar. Ahora no ronquidos sino distintas flatulencias son sus últimas palabras. La fatiga de los sepultureros se hace más pronunciada y el hermano mayor lamenta realmente haberse olvidado de darle de comer.
Es entonces cuando la pala de punta golpea algo duro, y palpando alrededor descubren que debe tratarse de un pedazo de concreto enterrado. Esa casa construida por extraños esconde muchos trozos inexplicables bajo tierra. El mayor empieza a intentar romperlo, pero el que alumbra ve algo extraño y lo detiene. El cuerpo inerte los mira sin curiosidad. Con las manos mueve el barro alrededor y logra extraer una estatuilla "blanca" de treinta centímetros de alto. Una muchacha con vasijas bajo las axilas y un manto largo hasta los pies.
Finalmente cuando el agujero tiene las medidas y proporciones adecuadas, deslizan al ahogado más hermoso del reino hacia su interior sobre un palo de escoba. Junto a su hocico ponen los últimos pedazos de pan que tenía destinado, uno de los cuales esconde media pastilla anticonvulsiva, y la tierra lo cubre.
Quizás fue menos dramático, pero nadie en la realeza admite muertes y sepelios sin drama.

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