miércoles, 24 de marzo de 2010

Bicho poético el bolita

Mi novia y yo estábamos tomando limonada en el escalón de la puerta de mi casa, mirando la vereda, la calle, la vereda opuesta y la hilera de casas detrás de ella. En eso mi novia dice:
-Mirá, un bicho bolita.
Vi que cerca de sus pies avanzaba uno, y dije:
-¿Conocés bicho más poético que el bicho bolita?
Ella se rió de mí descaradamente y me pasó su vaso vacío para que le cebara más limonada.
-En serio -insistí yo-. Fijate lo chiquitito e insignificante que es, y sin embargo no deja de ser el descendiente más puro de los antiguos gliptodontes argentinos, aquellos que pastaron en nuestras verdes patagonias australes, enfrentando con su caparazón a los mismos megaterios y a las zancudas aves horrorosas.
-Nada de eso tiene coherencia -me dijo, negando. Desde que veo películas siempre quise ser el novio de una chica loca y graciosa que nadie más querría, pero me tocó ser al revés: yo soy el loco que nadie aguanta, salvo ella. Chupó de la pajita y añadió:-. Además el descendiente más cercano del gliptodonte seguro es el tatú carreta.
-Ah, pero ese no es tan poético como el bicho bolita -negé gravemente-. ¿Todavía dudás de mí? Miralo, miralo atentamente mientras cruza la calle.
El insecto cascarudo había llegado al cordón de la vereda y se había frenado, como el viejo que mira a ambos lados antes de cruzar. Y pareció esperar a que mi novia y yo llegáramos al clímax de nuestra expectativa para, simplemente, dar media vuelta y seguir caminando en otra dirección.
-Tenés razón -afirmó, y no supe si lo hacía sincera o irónicamente-, es poesía pura.

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