Así empieza una cosa que no seguí escribiendo por falta de algo. Pero quizás se podría quedar así.
Primera parte: la vuelta
Acá es donde terminé mi viaje, a las puertas de la mansión de tres pisos de Abajas, y acá es donde tengo que empezar el retorno. Un viaje tal vez más largo, más maravilloso y movido, pero indudablemente, por lo que fue el de ida, más triste.
De más chico, cuando me enseñaban física en el colegio y tenía que calcular fuerzas, velocidades, aceleraciones y esas cosas, yo estaba fascinado. Y me había generado una pregunta: ¿puede un objeto que va a velocidad constante (velocidad constante para no enquilombar las cosas, sólo eso), puede ese objeto, que va en un sentido y una dirección, de pronto ser tocado por otra fuerza mayor y pasar a tener igual sentido, inversa dirección, sin haberse quedado inmóvil, en el sitio de impacto, nunca?
Para ejemplificar: va la pelota por el aire y de pronto se encuentra con el bate que la lanza exactamente al lugar de donde venía. En ese sublime instante, en ese momento en que la pelota pasa de ir a venir: ¿tiene una velocidad igual a cero? ¿no se mueve? ¿no avanza? ¿no retrocede?
No puede pasar de ir en una dirección a otra sin que, en el medio, las dos fuerzas o aceleraciones que la impulsan se contrarresten perfectamente y produzcan, por efecto, la inmovilidad. ¿O puede? Nunca nadie me contestó la pregunta.
Pero me la contesté yo acá. No, no se puede saltar el paso de la inmovilidad. Todo, desde los eres humanos hasta las pelotas de béisbol se detienen en un punto final a observar, por un instante, el sitio al que llegaron, porque saben que no van a dar un paso más.
[...]
viernes, 2 de octubre de 2009
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Avanzar y retroceder no son nociones que se oponen, son inseparablemente complemetarias. Muy bueno el relato. Besos.
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