jueves, 15 de octubre de 2009

La última hija del Zar

Te regalo esta flauta blanca, hija mía, con quien conquistarás a quien tu corazón desee. Pero debo advertirte que tengas cuidado: esta flauta es única y no la podrás ejecutar más que unas pocas veces, y no podrás repetir la misma pieza. Practica bien con flautas normales hasta que sea excelente tu calidad. Recién entonces, hija mía, sopla en este instrumento.
¿Por qué dices estas cosas, madre? ¿Es acaso que en tu lecho de muerte comienzas ya a divagar?
¡Nada de divagues, hija mía! Escúchame bien: obedece lo que te dije, porque como esta flauta no encontrarás igual. Su material es el más noble de los que existen: es el cuerno hueco de un mágico animal: un unicornio blanco, el último de su estirpe real.
Oh, madre, qué pena me da ver que tu mente de aleja de nosotros. ¡No hables más, te lo pido por piedad!
Todo esto lo imaginaba Naatala, la última hija del Zar, mientras estiraba la mano para acariciar la frente del equino perlado que había ido a visitarla.


Por culpa de tender la cama leyendo los chistes de Liniers en el monitor es que tengo todavía esquirlas de cpu en la frente.

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