jueves, 11 de julio de 2013

Sus tribunales

El silencio y la duda me encadenaron cada músculo y cada hueso. El juez estaba allí, atrás de una cortina de luz fría, pero era su secretaria quien me provocaba ese pánico sordo. Ella, su libreta con papeles, sus zapatos brillantes con tacos altos, su cintura angosta y el pañuelo rojo al cuello. Ella y el pliegue pronunciado bajo la axila derecha, que acompañaba la cadencia de su postura desdeñosa y ayudaba a demarcar sus enormes tetas escondidas bajo la ropa. Ella, su pelo en un rodete que dejaba escapar un mechón oscuro, los ojos delineados con negro, los dedos sin anillos.
Alzó una ceja, esperando, a través de la duda y el silencio, mi respuesta. El juez, allí atrás, sin rostro y jugando con un dedo índice sobre el martillo metálico, parecía adivinar mis pensamientos. La sala, en completa oscuridad a mis espaldas, iba y venía en un murmullo nervioso.
-¿No piensa responder? -me preguntó la secretaria del juez.
-Sí. Yo la amo.
No hubo más silencio, ni dudas. El martillo del juez golpeó setenta veces y fui encontrado culpable.

1 comentario:

A ver qué tenés para decir...